domingo, 18 de noviembre de 2007

Terrores de la peternidad



Por muchos años anduve entre las dudas de querer y no querer ser padre. Había días en que la idea de la paternidad me entusiasmaba y ya-ya quería ser padre, pasaban los años y con qué fuerzas iba a poder cargar a mi hijo sobre mis espaldas, o correr a su lado.
Días después, de pronto pasaba a otro estado donde la misma posibilidad me aterraba de distintos modos.

En estos días intentaba recordar algunas de esas razones que formaban parte de mi arsenal de razones para sentir que no quería ser padre:

-Para comenzar siempre sentí una especie de animadversión por todo esos rollos de “hijo como sinónimo de trascendencia” y que la sangre, etc…no sé si sea cierto eso de hijo-árbol-libro

-Los hijos son encantadores hasta una determinada edad. Después crecen, vienen las peleas y los grandes conflictos, además tener que mantenerlos y después chau.

-La sensación de que tener un hijo implicaba un tipo de compromiso muchísimo mayor que el mismísimo matrimonio. Más que casarme, la verdadera decisión era la de ser padre. Finalmente, es más fácil deshacerse de un matrimonio. Con un hijo ya no hay vuelta atrás, implicaba un tipo de responsabilidad para toda la vida y que no me sentía muy capaz de estar a la altura.

-La plata, los gastos, de dónde sacar el dinero. Que los pañales, que el pediatra, que el nido, el colegio, la universidad y mil gastos más. Ufff…. Confieso que hasta ahora no tengo las cosas claras, estoy pensando en lucrar sanamente con el bebé con modalidades tipo “ONE Dollar” por ejemplo, si deseas tomarte una foto con él…

-Las inestabilidades amorosas. El otro día leí una entrevista a una psicoanalista argentina que decía: “Existen muchas razones para no mantenerse enamorado. La primera es el temor a ser controlado o a perder el control, que es casi lo mismo”

-Adiós a mis proyectos personales y al tiempo para mí, adiós a mis sueños -aunque nunca llegaba a saber cuáles eran- y ya no habría tiempo para mí. Y de paso, los tiempos biológicos en la mujer que eran distintos, uno podría tener un hijo a los 50 si es que lo quería.

-Imaginar cuál sería la naturaleza del vínculo con un virtual hijo. Qué tipo de padre podría ser yo, qué podría admirar un hijo en un padre como yo, qué convicciones podría enseñarle … Hombre de poca fe, incrédulo, desconfiado, desilusionado, pesimista, sin grandes pasiones, imperfecto, etc, etc… En esas condiciones, qué energía vital sería yo capaz de transmitir…

-Qué podía suponer la paternidad para alguien que no conoció a su padre biológico y se pasó además buscando un padre para encontrarse al final con la desilusión, la ausencia irremediable y ese vacío que es y será parte de ti.




Hay otras tantas razones que por pudor no mencionaría. Hay un lado de mí que probablemente no sepa muy bien aun en qué se ha metido. Nunca llega a ser el momento adecuado y preciso. También es cierto que para algunas razones hoy tenga más claras algunas “respuestas”, para otras quizá jamás las encuentre y otras las iré hallando en el camino. La paternidad es un acto de generosidad.

Comienza la busqueda de nombres...

Vamos ingresando a la semana 19, con 15.3cm y aproximadamente 250 gr.

De ser mujer, hace tiempo sabía como quería que se llamase: Estrella. No solo me gustaba por como suena y combina con los apellidos, sino además por una conexión intima y especial que producía en nosotros, era un nombre sugrenete y hasta mágico y por que al final, nos remitia al cielo, a la noche estrellada y al cosmos.

Pero según las tendencias de la última ecografía y la dirección del tuberculo genital el pronostico se orienta hacia un varoncito, aunque recién lo sabremos dentro de un par de semanas.

Los nombres que surgieron inicialmente hace un par de semanas ya no nos emocionan: Joaquín, Pablo, Benito (nombre que por supuesto, me opuse). Mi chica ya comenzó a buscar en Internet y ha quedado saturada con tanto nombre. Y ninguno le dice nada especial. Siente que necesita ya un nombre como para conectarse con el bebé cuando le habla. Yo también comense a ojear algunos y todos son los nombres comunes y corrientes de siempre y los que jamás le pondría tipo Eufrasio, Leónidas, Prudencio, Romildo…

Y Mientras reviso los nombres, me encuentro con más de un nombre de mujer que me gusta. La conclusión: creo que existen más y mejores nombres de mujer que de hombre.
¿Encontraremos un nombre especial?

Carolina Samsa



Una mañana, al despertar tras otra de sus frecuentes pesadillas, mi chica asoció el embarazo con la popular novela de Franz Kafka: La Metamorfosis. Su asociación tenía que ver con la intensa transformación a la cual el cuerpo se ve sometido. Salvo algunas diferencias, hay algo en el embarazo parecido a lo que podría llamarse “ Síndrome Samsa”.

“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia. — ¿Qué me ha sucedido?. No soñaba, no…”
La Metamorfosis, Franz Kafka

Qué ha sucedido? Está embarazada.

El instinto de vida

Me encuentro con una de esas citas que quizá tenga algo de cierto:

“La primera manifestación del instinto de vida es el movimiento de los espermatozoides con dirección al ovulo, constituyendo este movimiento, la primera manifestación de eros”.

Joanna Wilheim
Psicoanalista brasileña