lunes, 11 de febrero de 2008

Finalmente, mujercita



Hace pocos días, recién en la cuarta ecografía en la que además no pude estar presente, se pudo ver al fin con precisión, cual era el sexo del bebé. Me quedé con las ganas de verlo con mis propios ojos, dos días después volvimos a la clínica, esta vez con el padre presente y nuevamente, no se dejo ver. La pequeña mujercita resultaba siendo una bebé muy pudorosa.

El proceso de saber cuál sería el sexo del bebé ha sido un proceso de idas y venidas que ha durado más de seis meses. Todo comenzó con una ecografía inicial donde el doctor pronostico la formación del órgano sexual masculino, es decir, sería hombre. Esa primera noticia no me entusiasmo para nada, el azar de la naturaleza se imponía sobre mi deseo e incluso recuerdo que ese día, terminé con un intenso y migrañoso dolor de cabeza. Estaba demasiado ilusionado con la idea de una mujercita. Fue un golpe. Hace mucho tiempo que la había fantaseado, hasta había conversado con ella a través de juegos con Carolina, mi esposa. Descubría además, una profunda vocación de chancletero mientras caía rendido escuchando los relatos de hijas que adoraban a su papá.
Por el contrario, las fantasías del hijo hombre me resultaban complicadas. Qué tipo de padre podría ser yo, qué tipo de referente podría ser con mi escasa pasión por el fútbol y mis negados conocimientos sobre taladros, autos y otras tantas aficiones masculinas.

En las siguientes semanas intente irme haciendo de la idea de un hijo hombre, tampoco es que me pareciera terrible, no, pero buscaba reconciliarme con esa posibilidad. Mientras tanto, vinieron dos ecografías más donde por la posición del bebé era imposible saber su sexo y la incertidumbre continuaba. Comenzamos a pensar en Joaquín como un posible nombre.

Y recién ahora, al día siguiente de enterarme que definitivamente sería una mujercita me descubrí añorando a Joaquín. De pronto intuí qué pasaba con la figura del hijo hombre, por qué me resultaba más difícil y amenazante. El fantasma del padre ausente, la ausencia de un vínculo que es parte de la identidad, un vacío poblado de fantasías y preguntas sin respuesta. Descubría una ilusión a la que le temía: el vínculo padre-hijo y la posibilidad de una experiencia de sanación, de alguna manera, cerrar una especie de circulo en la vida.

Finalmente, la paternidad sigue siendo una puerta abierta y tampoco hay que cargar demasiado a los hijos. Simplemente, alguna vez tuve la pesadilla de desaparecer y salir huyendo a los pocos meses del embarazo, pero ya van siete y no he huido.

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